El Alpinista
Augusto Blanca
No imaginé, montaña,
que algún día
tu roca iba a fallarme,
la que creí diamante,
impenetrable y pura,
no imaginé ese día
y escalé decidido,
sin vértigos, tu altura.
No imaginé
la dimensión exacta,
ni el peso de mi fardo
que ingenuamente quise
llevar hasta la cima,
hasta el sitio más alto,
y soltar mis amarras
definitivamente.
No escatimé
ni esfuerzos ni renuncias,
ni riesgos ni valores,
ni posibles dolores;
no pude ver
que ingenuamente estaba
escalando un escollo
de arena movediza,
incapaz de fraguarse,
de agradecer el paso
de este audaz alpinista
que abandonó su valle
por besar simplemente
tu espesa cabellera
y fundar en la brisa
la más simple caricia.
No comprendiste nada,
montaña de espejismos,
no valoraste el sueño
de escalar tu ladera.
Te agrietas, te me pierdes,
te achicas, te disuelves,
y presiento en tu cima
que el viento poco a poco
va a despeinar tu altura,
va a disipar la bruma:
descender es el riesgo
que corre el alpinista.