Gang-bang
Enrique Bunbury
Hay cerca del Damm
cuatro putas que bailan un vals
detrás del cristal,
y se puede sentir
el sudor fuerte desde Berlín.
Tú allí, en soledad,
una lluvia muy fina golpea tu cara,
resbala en tu piel y a la vez
se ilumina un cartel ofreciéndote
Libertad y Sordidez,
todo a un precio que un hombre moderno
ha de ser capaz de pagar
una vez que la noche echa a andar.
¿No lo ves? Tu carne es más pálida.
¿No lo ves? Tu alma es más gris.
Si no pierdes al fin la razón
sabrás que no hay más que una solución:
¡Cas...tra...ción!
Y todas las cosas que hice mal
se vuelven hoy a conjurar contra mí.
¿Cómo habré llegado a esto...
No lo sé,
...tan lúcido y siniestro?
pero sé que no lo sé.
Y un hombre de traje me invita a pasar...
¡Gang-bang!
Ves desde tu hotel
aguas quietas igual que papel de plata
y el viento arrastra el olor
de la pérfida enana marrón.
Mira que tú fuiste el rey,
con tu cetro en la mano
y los ojos clavados en gente
que sabes que no llegarás a conocer
ni aunque vivas mil años
y el cielo se postre a tus pies,
pero su mirada no se despega de tu pantalón.
Y echas a andar por la ciudad
y atraviesas un nuevo canal.
Huyes del rojo y azul del neón,
vas en busca de algo que huela distinto al amor.
Y si viviera una vez más,
me volvería a equivocar otra vez.
Sí, no te quepa duda,
hasta la locura
y hasta el dolor.
Y un hombre de traje me invita a pasar...
¡Gang-bang!