No Quiero Otro
Horacio Ferrer
Ya se marcha el retobado
corazón que me fue dado.
Dijo "Chau..." y se poblaron
mis arterias de pañuelos.
Silba el tiempo un breve llanto
por mi sangre desasida.
Me preparo para el límite
sencillo de las cosas.
Se me va porque es su hora,
se me va. No quiero otro.
Fue hace mucho inaugurado
y en un patio con malvones
destejía a las palomas
para oír mensajes hondos.
Le quedó de aquellos días
el ser ancho y zurdo y triste,
y su parte más cachorra
sublevada para siempre.
Me duró lo que tenía
que durar. No quiero otro.
Con su electrocardiograma
parecido al de los tangos,
tuvo luchas misteriosas
que jamás habló conmigo.
Corazón que en la tiniebla
que por dentro a veces tengo,
desplegaba un infinito
gallo amargo de pelea.
Era el único posible
para mí. No quiero otro.
Pero a vos, cómo te quiso,
con qué ganas que te quiso.
Con que ahínco defendía
para vos sus alegrías.
Al final, por no olvidarte,
se hizo nudos en las venas,
y, al partir, lamió a tu sombra
su leal tristeza echada.
Ah, mi viejo corazón
del bravo amor. No quiero otro.
Lo olvidé de tanto en tanto,
pero al cabo he comprendido
que he vivido, solamente,
cada vez que le hice caso.
Mal con Dios y con el Diablo
se me queda al fin de cuentas;
pero queda, así lo creo,
mano a mano con la vida.
Fue lo único posible
para él. No quiero otro.
Cubranló con tres paladas
de planeta, en una esquina,
que él quería dedicarse,
por entero, a ser asfalto.
Dejenló volverse piso,
que se pudra dignamente,
que fermente en calle abierta
provocando pavimentos
para todo lo que tiene
que venir. No quiero otro.
(A Marcus Lohlé)