Querida
Joan Manuel Serrat
Disculpe que insista, querida, pero es imprescindible su colaboración para saber dónde se me ha perdido la muchacha que hace un rato estaba aquí conmigo echando aceite en mi lamparilla, tratándome como a uno de la familia. No sabe con cuánto mimo cuida esas cosas que usted tanto desprecia en mí. Vea mis dedos desde que no la toco menguando entre mis propias manos poco a poco. Me vienen anchos los pantalones, hablo solo y sufro alucinaciones. ¿Le importaría darse la vuelta? Déjeme verla de frente, póngase aquí en la luz junto a la puerta. ¡Se le parece tanto físicamente! Y avíseme si volviera, no es por capricho, le juré amor eterno y no quisiera quedar en entredicho. Y parece todo tan fácil como extender la mano, y es tan lejano y tan frágil, que estoy tentado a emprender hoy mismo un curso acelerado de transformismo. Esconda las uñas, querida, no soy el enemigo, no es ésa mi intención. Sólo sospecho que es usted quien esconde contra su voluntad algo que me corresponde. Póngale fin a ese disparate, vengo dispuesto a negociar el rescate.
¿Le importaría que eche un vistazo por sus intimidades, que me dé un chapuzón entre sus brazos prescindiendo de las formalidades? Avíseme si volviera, no es por capricho, le juré amor eterno y no quisiera quedar en entredicho.